TEMAS PSICOPEDAGÓGICOS. MAR A. SILVA.
"A
la luz de los conocimientos actuales, podemos asumir como válida la propuesta
de que toda experiencia temprana, emocionalmente significativa y con fines
adaptativos, es codificada en nuestro cerebro, construye nuestra historia
personal y configura nuestra personalidad..."
Dedicar tiempo de calidad a
nuestros hijos no es un tema menor. Hoy en día sabemos muy bien, desde la
psicología infantil, que tiempos insuficientes o de mala calidad pueden
determinar en nuestros hijos pequeños, inseguridad, miedos y retraimiento.
En algunos casos hablamos del Trastorno del vínculo cuando se han producido rupturas traumáticas en el lazo afectivo niño-madre desde las etapas más tempranas. Diversas pueden ser las causas: abandono, maltrato, separaciones, niños ingresados en centros de acogida y posteriormente adoptados, niños que han estado en incubadoras, etc.
La sintomatología se manifiesta desde un retraimiento extremo a conductas disruptivas que cursan con hiperactividad, déficit atencional e impulsividad entre otros.
Pero no siempre hacen falta grandes traumas para que un niño pueda desarrollar problemas de vinculación. Las largas horas de trabajo de muchos padres, los sustitutos temporales, la guardería en etapas anteriores a 2 años, no facilitan que se establezcan los tiempos y la calidad de relación que muchos niños necesitan.
La mayoría de niños que presentan alteraciones en el vínculo afectivo suelen poner a prueba constantemente el amor de sus padres y los lazos que tienen en común. Lo más paradójico es que lo hacen mediante un proceso sutil de exigencias, manipulaciones, mentiras e, incluso, utilizando comportamientos agresivos y violentos hacia las personas que quieren. También, a veces, contra ellos mismos.
Es como si necesitaran constantemente reafirmar la presencia física y la proximidad de los padres, aunque sea para que les riñan.
Otros niños presentan somatizaciones frecuentes (dolores de cabeza, supuestas enfermedades para conseguir la atención de la madre).
Pueden aparecer manifestaciones verbales del tipo “nadie me quiere” o “me gustaría morirme.” De hecho un trastorno del vínculo puede derivar hacia un cuadro depresivo.
Algunas veces la sintomatología se presenta de forma tardía durante el crecimiento del niño y cuando la seguridad alcanzada en su momento se pierde debido a algún hecho que irrumpe bruscamente en la vida del niño (enfermedad de la madre, separación de los padres, pérdida de alguno de los padres, cambios repentinos de residencia, etc).
Cada niño es diferente y por lo tanto habrá que analizar con cuidado su propia historia y sentimientos así como otros factores de riesgo presentes. Sin embargo, en esta página intentaremos dar algunas herramientas generales para trabajar con todos aquellos niños que de una u otra forma manifiestan problemas derivados de un vínculo afectivo no establecido adecuadamente en su momento o truncado, cuando ya estaba alcanzado, por nuevas circunstancias vitales imprevisibles y que vive de forma dolorosa condicionando su comportamiento.
En algunos casos hablamos del Trastorno del vínculo cuando se han producido rupturas traumáticas en el lazo afectivo niño-madre desde las etapas más tempranas. Diversas pueden ser las causas: abandono, maltrato, separaciones, niños ingresados en centros de acogida y posteriormente adoptados, niños que han estado en incubadoras, etc.
La sintomatología se manifiesta desde un retraimiento extremo a conductas disruptivas que cursan con hiperactividad, déficit atencional e impulsividad entre otros.
Pero no siempre hacen falta grandes traumas para que un niño pueda desarrollar problemas de vinculación. Las largas horas de trabajo de muchos padres, los sustitutos temporales, la guardería en etapas anteriores a 2 años, no facilitan que se establezcan los tiempos y la calidad de relación que muchos niños necesitan.
La mayoría de niños que presentan alteraciones en el vínculo afectivo suelen poner a prueba constantemente el amor de sus padres y los lazos que tienen en común. Lo más paradójico es que lo hacen mediante un proceso sutil de exigencias, manipulaciones, mentiras e, incluso, utilizando comportamientos agresivos y violentos hacia las personas que quieren. También, a veces, contra ellos mismos.
Es como si necesitaran constantemente reafirmar la presencia física y la proximidad de los padres, aunque sea para que les riñan.
Otros niños presentan somatizaciones frecuentes (dolores de cabeza, supuestas enfermedades para conseguir la atención de la madre).
Pueden aparecer manifestaciones verbales del tipo “nadie me quiere” o “me gustaría morirme.” De hecho un trastorno del vínculo puede derivar hacia un cuadro depresivo.
Algunas veces la sintomatología se presenta de forma tardía durante el crecimiento del niño y cuando la seguridad alcanzada en su momento se pierde debido a algún hecho que irrumpe bruscamente en la vida del niño (enfermedad de la madre, separación de los padres, pérdida de alguno de los padres, cambios repentinos de residencia, etc).
Cada niño es diferente y por lo tanto habrá que analizar con cuidado su propia historia y sentimientos así como otros factores de riesgo presentes. Sin embargo, en esta página intentaremos dar algunas herramientas generales para trabajar con todos aquellos niños que de una u otra forma manifiestan problemas derivados de un vínculo afectivo no establecido adecuadamente en su momento o truncado, cuando ya estaba alcanzado, por nuevas circunstancias vitales imprevisibles y que vive de forma dolorosa condicionando su comportamiento.
El vínculo es la relación
emocional especial que se establece entre el niño y la persona que lo cría o lo
cuida. Se expresa por el modo en el que el niño que lo establece emite
determinadas conductas con el objetivo de mantener físicamente cerca la persona
de referencia. Dichas conductas pueden ser evidentes a partir del primer mes de
vida.
La función primordial del llamado
vínculo o apego establecido por el niño, en sus primeras etapas evolutivas con
las figuras que lo cuidan (en especial madre y padre), obedece a una necesidad
vital de reducir la ansiedad que permita el afrontamiento de situaciones
generadoras de ansiedad.
En general, podemos afirmar, que un vínculo roto, no establecido o deficiente va a cursar probablemente con un niño inseguro, temeroso del entorno y el futuro. Después pueden aparecer los síntomas de hiperactividad, déficit atencional o impulsividad como forma de reaccionar a un mundo que perciben fuera de su control.
En general, podemos afirmar, que un vínculo roto, no establecido o deficiente va a cursar probablemente con un niño inseguro, temeroso del entorno y el futuro. Después pueden aparecer los síntomas de hiperactividad, déficit atencional o impulsividad como forma de reaccionar a un mundo que perciben fuera de su control.
Como trastorno clínico, la característica esencial del
trastorno reactivo de la vinculación (según DSM-IV), es una relación social
que, en la mayor parte de los contextos, se manifiesta marcadamente alterada e
inapropiada para el nivel de desarrollo del sujeto y que se inicia antes de los
5 años de edad.
Se diferencian 2 subtipos:
Tipo inhibido:
En el que la alteración dominante de la relación social reside en la incapacidad persistente para iniciar la mayor parte de las relaciones sociales y responder a ellas de modo adecuado al nivel de desarrollo del sujeto.
Tipo desinhibido:
Cuando la alteración dominante de la relación social consiste en una sociabilidad indiscriminada o una ausencia de selectividad en la elección de figuras de vinculación.
Por definición, el trastorno se asocia a una crianza claramente patológica que puede adoptar la forma de desatención persistente de las necesidades emocionales básicas del niño relativas a bienestar, afecto y estimulación.
Siguiendo la descripción del DSM-IV, algunas situaciones (p.ej, hospitalización prolongada del niño, pobreza extrema, inexperiencia de los padres) predisponen a la práctica de una crianza patológica. No obstante, una crianza claramente patológica no siempre determina el desarrollo de un trastorno reactivo de la vinculación; algunos niños establecen relaciones sociales y vínculos estables incluso en situaciones de abandono o maltrato relevantes.
Para su diagnóstico es preciso también descartar a nivel clínico la presencia de otros trastornos como el retraso mentalo trastornos del espectro autista.
Tipo inhibido:
En el que la alteración dominante de la relación social reside en la incapacidad persistente para iniciar la mayor parte de las relaciones sociales y responder a ellas de modo adecuado al nivel de desarrollo del sujeto.
Tipo desinhibido:
Cuando la alteración dominante de la relación social consiste en una sociabilidad indiscriminada o una ausencia de selectividad en la elección de figuras de vinculación.
Por definición, el trastorno se asocia a una crianza claramente patológica que puede adoptar la forma de desatención persistente de las necesidades emocionales básicas del niño relativas a bienestar, afecto y estimulación.
Siguiendo la descripción del DSM-IV, algunas situaciones (p.ej, hospitalización prolongada del niño, pobreza extrema, inexperiencia de los padres) predisponen a la práctica de una crianza patológica. No obstante, una crianza claramente patológica no siempre determina el desarrollo de un trastorno reactivo de la vinculación; algunos niños establecen relaciones sociales y vínculos estables incluso en situaciones de abandono o maltrato relevantes.
Para su diagnóstico es preciso también descartar a nivel clínico la presencia de otros trastornos como el retraso mentalo trastornos del espectro autista.